Comentario
La conquista de Hispania fue una consecuencia directa de la segunda Guerra Púnica. El Senado había decidido llevar la guerra a Hispania para aislar a Aníbal de cualquier posible suministro de ayuda o tropas que pudiesen serle enviadas desde su retaguardia en Hispania. Escipión llegó a Hispania en el 217 y logró los objetivos propuestos: debilitar la capacidad de presión de Aníbal, sometiendo la parte suroriental de la Península dependiente de Cartago. Pero el Senado no tenía la intención de evacuar Hispania, en parte por el temor a que pudiese restituirse el poder púnico y, también, por las riquezas de la zona tanto en metales como en agricultura.
Según Tito Livio, "Hispania, aún más que Italia y cualquier otro país del mundo, se prestaba a que la guerra se prolongara, tanto por la naturaleza del terreno, como por la de sus habitantes. Así, Hispania fue la primera de las provincias no insulares en la que entraron los romanos y fue también la última en ser pacificada, bajo el mando y los auspicios de César Augusto".
Terminada la guerra tras las batallas de Escipión el Africano en Baecula e Ilipa (208-206), el Senado asignó, en el 197 a.C., un gobernador (praetor) a cada una de las dos zonas controladas por Roma en que éste decidió dividirlas: la costa y valle del Ebro (la Citerior) y el valle del Guadalquivir o Bética, que constituía la Hispania Ulterior. Probablemente esta división en dos provincias se explique en parte por las condiciones de la ocupación romana, que venía a sustituir a la cartaginesa, retomando por tanto la estructura de la colonización púnica. Una vez hecha esta organización, los efectivos militares fueron reducidos a dos cuerpos de ejército de 8.000 hombres cada uno.
Como era de esperar, pocos años después tuvo lugar una rebelión en la Bética (200 a.C.), la del rey Culcas y ésta se extendió a la Citerior. Fue el cónsul del 195, M. Porcio Catón, el encargado de sofocar las revueltas en Hispania. Catón partió desde Ampurias, donde los griegos vivían al lado de los indígenas en medio de una paz armada y llena de tensiones. Los griegos de Ampurias acogieron con júbilo a los ejércitos romanos. Catón, a lo largo de varias campañas y con 50.000 soldados, logró restituir el orden, aúnque éste no dejaba de ser muy precario. Los celtíberos acudían en calidad de mercenarios a luchar contra Roma al lado de los pueblos indígenas que les llamaran. Se hacía, pues, necesario dominar a este pueblo del interior. Catón, en medio de campañas y negociaciones, logró una pacificación de la zona que, al menos, permitió organizar la explotación de las minas de Cartagena y de la Bética. No obstante, la paz no podía ser duradera sin el control de los belicosos pueblos del interior. Durante toda la primera mitad del siglo II se sucedieron sin descanso operaciones militares que no lograban despejar el peligro definitivamente.
Sólo una política de asimilación y civilización sistemática, como la que emprendió Tiberio Sempronio Graco (padre de los futuros tribunos) pudo dar resultados importantes en la pacificación de la Celtiberia. Tiberio fundó una ciudad en el valle del Ebro, Gracchurris (Alfaro, La Rioja), y asentó a las poblaciones seminómadas que se dedicaban al saqueo y pillaje como modo de vida.
Hispania fue sometida, desde que comenzó la conquista romana, a una explotación sistemática. Sabemos que P. Escipión, sólo del botín de Cartago Nova, obtuvo 276 páteras de oro, 18.000 libras de plata acuñada, vasos del mismo metal, varias naves cargadas de trigo y de armas, así como hierro, cobre, telas, esparto y otros materiales. Por su parte, Catón había acaparado 25.000 libras de plata no trabajada, 123.000 con el cuño de la biga, 540 libras de argentum oscense, y 1.400 de oro. Respecto a L. Emilio Paulo, sabemos por Diodoro, que fue el que llevó a Roma las mayores cantidades de oro de Hispania. Los hispanos se quejaron repetidamente del expolio y de los abusos de que eran objeto por parte de los legados romanos. En el 171 llegó hasta el Senado de Roma un grupo de representantes de las dos Hispanias para dar cuenta de los niveles de extorsión a que estaban sometidos. El Senado encargó al pretor L. Canuleyo (a quien había caído en suerte Hispania) que nombrase cinco recuperatores de orden senatorial para que investigasen y calculasen los daños causados por los magistrados. Investigación que prácticamente quedó en nada. De los tres magistrados acusados, el primero, L. Mancino -que había administrado la Ulterior en el 173- fue declarado inocente y los otros dos, M. Titinio Curvo y P. Furio Filo -pretores ambos de la Citerior en los años 178-176, el primero y 174 y 173, el segundo- abandonaron el territorio romano. Se desterraron voluntariamente, como dice Livio. La solución que dio el Senado a los hispanos es significativa y paradójica: les propuso que eligiesen patronos, hipotéticos defensores de los intereses hispanos. Previa lectura de un senadoconsulto, les fueron asignados como patronos M. Porcio Catón, P. Cornelio Escipión, L. Emilio Paulo y C. Sulpicio Galo. Salvo el último, los otros tres habían sido los conquistadores y principales saqueadores de los hispanos.
Este estado de cosas, unido a una serie de factores sociales, provocaron a partir del 154 a.C. y durante los veinte anos siguientes una guerra tremenda cuyos escenarios fueron básicamente la Lusitania y la Celtiberia, que concluyó con un episodio dramático y grandioso como fue el asedio de Numancia.
En el 154 tuvo lugar la invasión de la Ulterior por los lusitanos y en el 151 estos consiguieron infligir una grave derrota al ejército romano comandado por S. Sulpicio Galba. Roma, a partir de entonces empleó una estrategia sumamente brutal y arbitraria que violaba los más elementales principios morales. Así, por ejemplo, se explica que el mismo año el pretor Licinio Lúculo atacase a los vacceos y masacrase a los habitantes de Coca. En el 150, unidas sus tropas a las del otro pretor, Galba, vencieron a los lusitanos. En las negociaciones de paz, les prometieron tierras y respeto hacia sus vidas. Pero, despreciando la palabra dada, masacró a los lusitanos y a los supervivientes los vendió como esclavos. Las protestas de Catón en el Senado no pudieron nada contra Galba.
Viriato estaba entre los supervivientes de la masacre y fue quien durante siete años vengó a los muertos, sublevando toda la parte occidental de Hispania. Durante este tiempo encarnó el espíritu de la libertad y el nacionalismo indígena. Finalmente, murió asesinado por tres de sus amigos que habían sido comprados por los romanos. Muerto Viriato, la victoria sobre los lusitanos (139 a.C.) no revistió tanta dificultad y consolidó el dominio romano en la zona. La guerra de Numancia fue el último episodio de esta larga guerra.
Desde el 143, numerosos generales a partir del primero de ellos, Q. Cecilio Metelo Macedónico, (que en el 143-142 había vencido a los celtíberos citeriores: belos, titos y tusones), se sucedieron en las expediciones contra los celtiberos y, particularmente, contra la ciudad de Numancia. Un ejemplo de la turbiedad a que había llegado la política romana en Hispania, es el del cónsul Hostilio Mancino que, rodeado en un desfiladero por los celtiberos, se vio obligado a pedir la paz para salvar a su ejército. El Senado, sin embargo, no reconoció el tratado y acusó a Mancino de haber propuesto la paz sin su autorización. Como castigo, ordenó que Mancino fuera entregado al enemigo ante el que quedó expuesto un día entero, desnudo y atado, sin que los celtíberos le hicieran el menor caso.
Finalmente, el Senado recurrió, ante el descontento popular de Roma por la sangría que estas guerras ocasionaban, al mejor general que tenían, P. Cornelio Escipión Emiliano, nombrado a tal efecto cónsul por segunda vez pese a las disposiciones legales que lo prohibían. Hacía diez años que había destruido Cartago, demostrando ser experto en estrategias brutales. Escipión atrajo numerosos voluntarios y reunió una fuerza aproximada de 60.000 hombres. Le acompañaban, además, C. Mario, C. Graco y el historiador Polibio. Cercó a Numancia con siete campamentos. El bloqueo fue total y Numancia, tras quince meses de asedio, sucumbió al hambre y las epidemias. La mayor parte de sus jefes mataron a sus familias, quitándose después la vida. Los supervivientes fueron vendidos como esclavos y la ciudad fue totalmente destruida. Tras este bárbaro castigo, Hispania permaneció en paz hasta finales del siglo.
Roma no aplicó durante el siglo II una política constructiva ni sistemática de romanización en Hispania. A comienzos del siglo II a.C., Roma sólo tenía cuatro territorios provinciales fuera de Italia: Sicilia, Cerdeña y las dos provincias de Hispania. La organización de estos territorios alejados planteaba a Roma problemas nuevos y diversos. Mientras Sicilia era un país helenizado, en Hispania la vida urbana era aún muy rudimentaria. Había algunos centros importantes, creados en época de la colonización púnica. Escipión había fundado otro, la colonia de Itálica, junto al Guadalquivir, y Sempronio Graco había fundado Gracchurris, organizada como ciudad eminentemente indígena. Pero la mayor parte del país lo habitaban pueblos inestables, con limites imprecisos en muchos casos, que hacían muy difícil el que Roma pudiera aplicar el sistema de foedera que, con tanta asiduidad, había aplicado en Italia. Así, la progresiva romanización tuvo como uno de sus primeros objetivos (aúnque éste fuera también la consecuencia) la fundación de ciudades. No obstante, en estas primeras etapas, el numero de ciudades fundadas por los romanos no fue aún muy importante. Además de las dos ciudades mencionadas, en el año 171 a.C. se creó, cerca de Algeciras, la colonia latina de Carteia y se fundaron otras como Corduba (152), Valentia (hacia 138 a.C.) y, en Baleares, Palma y Pollentia (123 a.C.).